viernes, 17 de abril de 2020

Cuando la ciencia se mete en política


Sí, la ciencia a veces se mete en política. Y así debe ser.

Corría el año 1969, la Guerra de Vietnam estaba en su punto álgido. Desde de la Segunda Guerra Mundial, con el lanzamiento de las bombas atómicas, latía en la sociedad la desconfianza hacia los científicos. La ciencia tenía mala prensa, con razón o sin ella, y a mi juicio es obligación moral de los científicos el combatirla. Ese mismo año, se declaraba un incendio en el río Cuyahoga (Estados Unidos) relacionado con la contaminación, incendio relacionado con la mala praxis del estado. Fue entonces cuando un grupo de estudiantes del Massachusetts Institute of Technology, consternados por el mal uso que el gobierno estadounidense hacía de la ciencia, fundaron la Union of Concerned Scientists (sindicato de científicos preocupados). Que no se diga...

UCS aúna sus esfuerzos con los de activistas, educadores, empresarios y otros ciudadanos, y con el paso del tiempo ha conseguido desempeñar un papel clave para aprobar normas para las emisiones de gases de los vehículos, promover la utilización de energía limpia, vetar a candidatos anticiencia para el gobierno de Donald Trump, obligar a que ExxonMobil incorpore el cambio climático en su plan empresarial y otros logros.

Me voy a ocupar aquí de una de las denuncias actuales de UCS: el de la supresión del derecho al voto en EE.UU.

Cuando cuento que en los países de habla inglesa −y he vivido un tiempo suficiente en uno de ellos− no existe el carné de identidad, normalmente a la gente no le entra en la cabeza. Diré más: no solo no tienen carné, sino que los ciudadanos de esos países sienten recelo por la idea ¿Cómo se las apañan? Se las apañan. Para votar hay que registrarse, el proceso puede tener sus complicaciones y a veces estas se recrudecen a propósito. Por ejemplo, restringiendo el horario para registrarse, aumentando con ello la probabilidad de que no puedan hacerlo quienes estén pluriempleados o sencillamente trabajen más horas. También se han dado casos en que se exige una partida de nacimiento, documento que no tendrán disponible algunos de los más pobres, pues en tiempos se facilitaba solo a quienes nacían en un hospital y no en casa. Se aplican también normas más descaradas y directas: no permitir el voto a presidiarios o expresidiarios en algunos estados. Mención especial merece la técnica del gerrymandering. Consiste esta en que se divide el territorio en circunscripciones de forma que se diluya el voto de un partido concreto. Si en la zona A se prevé que van a ganar unos indeseables, la zona A se divide en B y C, que formarán dos circunscripciones con las zonas vecinas B' y C' respectivamente. En B' y en C' no ganará el partido en cuestión.

UCS ha descubierto que estas prácticas causan problemas para la salud y el medio ambiente en los territorios donde se practican. Y de ahí se deriva su derecho a intervenir.
La lógica de quienes se oponen a la implantación de un documento nacional de identidad se inspira en buena medida en distopías tipo 1984; argumentan que es peligroso que un estado conozca todos tus movimientos debido a tu obligación de aportar en múltiples ubicaciones un documento con un mismo número de identificación. Tendrían mucha o poca razón, pero en mi opinión la polémica está superada por la llegada de los smartphones. Ahora estamos mucho más controlados que con un carné y a algunas poblaciones les están colando la burra de culo por otro sitio.

miércoles, 15 de abril de 2020

Ni de ciencias, ni de letras, sino tercerculturalista


Charles P. Snow, científico y escritor inglés, tuvo un estrecho contacto en su tiempo (mediados del s. XX) con dos especies opuestas: los intelectuales de ciencias y los de letras. Snow pinta un panorama fuertemente polarizado, con dos comunidades que no entablan diálogo y que albergan estereotipos estúpidos sobre el de enfrente. Se muestra incluso derrotista: opina que tal desencuentro acarrea unas consecuencias penosas para la sociedad.

Snow apunta a una idea incipiente, la de la «tercera cultura»; supone que la colisión entre ambas «galaxias» (llama así a los dos bandos) tiene que producir posibilidades creativas y estima que la clave está en cambiar el sistema de enseñanza, que divide a los alumnos en estas dos clases a una edad demasiado temprana. Su prioridad no es, sin embargo, generar esa tercera cultura, sino favorecer la comunicación entre las dos existentes, y llega incluso a proponer la biología molecular como campo de interés común a ambos polos y como componente obligatorio de la cultura general. (Por cierto, Snow se da cuenta de que en realidad sí comparten un interés común: la música). Según Snow, a diferencia de la termodinámica, por ejemplo, la biología molecular no entraña dificultades conceptuales serias pero sí requiere de imaginación visual y tridimensional, por lo que los pintores y escultores se abrazarían a ella. Incluso aventuraba que probablemente esta rama de la ciencia cambiaría la imagen que el ser humano tenía de sí mismo más de lo que la cambió Darwin.

Más de tres décadas después de que Snow expusiera su visión en la célebre conferencia «The Two Cultures» de 1959, sus esperanzas no se habían materializado. Al menos en lo que respecta al ámbito de interés común, el científico y escritor estuvo lejos de acertar. No se ha establecido el diálogo añorado: los intelectuales de letras no se comunican con los de ciencias, como Snow quería, lo que ha ocurrido es que los de ciencias han logrado cautivar al gran público, diré más, han puesto sobre la mesa disputas que son asunto de toda la sociedad y no solo de unas élites. La tercera cultura está servida. En 1995, el agente literario estadounidense John Brockman observaba en su obra La tercera cultura que esta nueva esfera reúne a los científicos y pensadores empíricos que, a través de su obra y producción literaria, ocupan el lugar del intelectual clásico a la hora de poner de manifiesto el sentido más profundo de nuestra vida. Algunos de los temas científicos que se han popularizado son: la propia biología molecular,* la inteligencia artificial, la vida artificial, la teoría del caos, las redes neuronales, los fractales, la biodiversidad, la nanotecnología, el genoma humano, las biosferas espaciales y varios más. Físicos, evolucionistas, biólogos, informáticos, psicólogos, sociólogos, etólogos, antropólogos y otros profesionales conforman la lista de intelectuales de la nueva era.

* Eso sí, nos falta por ver, como me gustaría a mí, aminoácidos plasmados en lienzo, en plan Kandinsky.

Imagen «Brussels Atomium» de Ulrich Sander, obtenida a través de www.pixabay.com

martes, 14 de abril de 2020

Modelos sobre la cultura científica


La doctora Marila Lázaro describe en su tesis varios modelos sobre la cultura científica.
Está el modelo de déficit cognitivo de los años 60, que aún perdura en el mundo académico. Según esta visión, el desencuentro entre la ciencia y la sociedad es un atributo individual, se debe a que hay personas sin los conocimientos de ciencia suficientes. Se han desarrollado herramientas de medición de estos, que arrojan unos resultados desfavorables, y la solución que propone el modelo está en la alfabetización.
Está por otro lado el modelo de la comprensión pública de la ciencia crítica, o modelo de ciencia y sociedad, que surge en los 90 cuando Atienza y Lufán postulan que las actitudes hacia la ciencia y la tecnología no solo dependen del nivel de alfabetización científica. De esta visión se desprende que se deben buscar formas de impartir la cultura científica que vayan más allá de la divulgación y la popularización. Este modelo precisa de una definición de la cultura científica que se base en la apropiación social de la ciencia (que la sociedad potencie y estimule los espacios y ejercicios de participación y diálogo en torno a la CyT).

lunes, 13 de abril de 2020

Conocimientos y cultura


El incremento de la cultura científica produce un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia, y una actitud negativa hacia la ciencia es el resultado de la ignorancia.
Para quienes hayan leído la frase anterior con deleite, traigo un contrajemplo demoledor, el de la iniciativa Concise, consistente en reunir a cien personas representativas de la sociedad en varias mesas de debate en las que hablaron libremente de temas científicos controvertidos (cambio climático, vacunas, organismos modificados genéticamente y terapias alternativas), sin la intervención de expertos, y en registrar sus conversaciones. Según la responsable del estudio, la catedrática Carolina Moreno, «[el respaldo a las falsas terapias] no era un problema de educación; las personas con baja formación confían más en las fuentes institucionales». Hay más, en pequeños estudios anteriores, el equipo de Moreno ya se había dado cuenta de que «se estaban rompiendo los esquemas de los investigadores» a este respecto. En cualquier caso, falta por hacer un análisis pormenorizado de la información.
¿Por qué ocurre esto?
A priori, cabría suponer lo contrario. En los ochenta del s. XX, se sistematizó la disciplina de la comprensión pública de la ciencia (CPC) y se esgrimieron para ello unos argumentos en su favor: las fuerzas laborales mejor formadas redundan en la prosperidad nacional, la innovación reporta unos beneficios económicos, se toman decisiones políticas públicas informadas, las decisiones personales mejoran la vida de cada uno −en materia de dieta, salud, etc.−, se estimula la cultura... Todo ello nos haría darnos cuenta de que con la ciencia vivimos mejor. En esa misma década se desarrolló la Escala de Oxford, que mide el conocimiento, y se detectaron unos niveles alarmantemente bajos en la sociedad. John Durant postula en 1989 que «el conocimiento está positivamente relacionado con la actitud». En esa época, la opinión generalizada entre los científicos es la más intuitiva: que las actitudes negativas hacia la ciencia se basan en el desconocimiento (es el caso de la energía nuclear).
En la década de los 90, se empieza a poner en tela de juicio esta concepción: Collins y Pinch proponen que lo importante para evaluar la cultura científica pasa a ser la ciencia como proceso y no la idea que de ella se tenía anteriormente: una acumulación fija y certera de conocimientos. Se propone reconceptualizar las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Lévy-Leblond da un tirón de orejas a los científicos y los insta a que también ellos se culturicen (se refiere a que manejen aspectos sociales, políticos y éticos de la ciencia y la tecnología). Se critican las encuestas que se venían realizando; por ejemplo, se cuestiona que sea útil que el ciudadano de a pie sepa que un electrón es más pequeño que un átomo. El concepto de alfabetización (general) evoluciona; en su momento, se consideraba que alguien era letrado si sabía leer y escribir, mientras que ahora se han incorporado otras exigencias. Paralelamente, se ha desarrollado el concepto del a «alfabetización científica». Thomas y Durant postulan que toda persona letrada científicamente debe saber que el mundo es comprensible, que las ideas científicas están sujetas a cambios, que el conocimiento científico es perdurable, que la ciencia exige evidencia, que la ciencia explica y predice, que los científicos tratan de evitar los sesgos, que existen unos principios éticos generalizados en la cultura de la ciencia, que la ciencia no es autoritaria, etc. Antes se exigían conocimientos sobre el mundo, ahora se han incorporado los de los mecanismos y valores de la ciencia.
Volviendo al artículo sobre la iniciativa Concise, se ve claramente que muchos de los que expresaban sus opiniones en las mesas de debate no cumplen los requisitos de Thomas y Durant, lo demuestran frases como «Todo el mundo sabe que los científicos no tienen ética» o «La información que te da un médico sobre las vacunas no es la verdad, es su conclusión».
En resumidas cuentas: vamos a matizar el enunciado inicial. El incremento de la cultura científica −si se trata de una cultura científica bien entendida, que incluya habilidades críticas, como el conocimiento de los procesos científicos− produce un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia, y una actitud negativa hacia la ciencia es el resultado de la ignorancia.