lunes, 13 de abril de 2020

Conocimientos y cultura


El incremento de la cultura científica produce un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia, y una actitud negativa hacia la ciencia es el resultado de la ignorancia.
Para quienes hayan leído la frase anterior con deleite, traigo un contrajemplo demoledor, el de la iniciativa Concise, consistente en reunir a cien personas representativas de la sociedad en varias mesas de debate en las que hablaron libremente de temas científicos controvertidos (cambio climático, vacunas, organismos modificados genéticamente y terapias alternativas), sin la intervención de expertos, y en registrar sus conversaciones. Según la responsable del estudio, la catedrática Carolina Moreno, «[el respaldo a las falsas terapias] no era un problema de educación; las personas con baja formación confían más en las fuentes institucionales». Hay más, en pequeños estudios anteriores, el equipo de Moreno ya se había dado cuenta de que «se estaban rompiendo los esquemas de los investigadores» a este respecto. En cualquier caso, falta por hacer un análisis pormenorizado de la información.
¿Por qué ocurre esto?
A priori, cabría suponer lo contrario. En los ochenta del s. XX, se sistematizó la disciplina de la comprensión pública de la ciencia (CPC) y se esgrimieron para ello unos argumentos en su favor: las fuerzas laborales mejor formadas redundan en la prosperidad nacional, la innovación reporta unos beneficios económicos, se toman decisiones políticas públicas informadas, las decisiones personales mejoran la vida de cada uno −en materia de dieta, salud, etc.−, se estimula la cultura... Todo ello nos haría darnos cuenta de que con la ciencia vivimos mejor. En esa misma década se desarrolló la Escala de Oxford, que mide el conocimiento, y se detectaron unos niveles alarmantemente bajos en la sociedad. John Durant postula en 1989 que «el conocimiento está positivamente relacionado con la actitud». En esa época, la opinión generalizada entre los científicos es la más intuitiva: que las actitudes negativas hacia la ciencia se basan en el desconocimiento (es el caso de la energía nuclear).
En la década de los 90, se empieza a poner en tela de juicio esta concepción: Collins y Pinch proponen que lo importante para evaluar la cultura científica pasa a ser la ciencia como proceso y no la idea que de ella se tenía anteriormente: una acumulación fija y certera de conocimientos. Se propone reconceptualizar las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Lévy-Leblond da un tirón de orejas a los científicos y los insta a que también ellos se culturicen (se refiere a que manejen aspectos sociales, políticos y éticos de la ciencia y la tecnología). Se critican las encuestas que se venían realizando; por ejemplo, se cuestiona que sea útil que el ciudadano de a pie sepa que un electrón es más pequeño que un átomo. El concepto de alfabetización (general) evoluciona; en su momento, se consideraba que alguien era letrado si sabía leer y escribir, mientras que ahora se han incorporado otras exigencias. Paralelamente, se ha desarrollado el concepto del a «alfabetización científica». Thomas y Durant postulan que toda persona letrada científicamente debe saber que el mundo es comprensible, que las ideas científicas están sujetas a cambios, que el conocimiento científico es perdurable, que la ciencia exige evidencia, que la ciencia explica y predice, que los científicos tratan de evitar los sesgos, que existen unos principios éticos generalizados en la cultura de la ciencia, que la ciencia no es autoritaria, etc. Antes se exigían conocimientos sobre el mundo, ahora se han incorporado los de los mecanismos y valores de la ciencia.
Volviendo al artículo sobre la iniciativa Concise, se ve claramente que muchos de los que expresaban sus opiniones en las mesas de debate no cumplen los requisitos de Thomas y Durant, lo demuestran frases como «Todo el mundo sabe que los científicos no tienen ética» o «La información que te da un médico sobre las vacunas no es la verdad, es su conclusión».
En resumidas cuentas: vamos a matizar el enunciado inicial. El incremento de la cultura científica −si se trata de una cultura científica bien entendida, que incluya habilidades críticas, como el conocimiento de los procesos científicos− produce un incremento en la actitud positiva hacia la ciencia, y una actitud negativa hacia la ciencia es el resultado de la ignorancia.

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