lunes, 18 de mayo de 2020

Madame Bovary leída a chillidos

A los traductores se nos suele recomendar, con buen criterio, que leamos en voz alta nuestras traducciones para descubrir posibles errores. Descubro que había quien leía sus escritos a grito pelado:

La palabra justa era aquella —única— que podía expresar cabalmente la idea. La obligación del escritor era encontrarla. ¿Cómo sabía cuándo la había encontrado? Se lo decía el oído: la palabra era justa cuando sonaba bien. Aquel ajuste perfecto entre forma y fondo —entre palabra e idea— se traducía en armonía musical. Por eso, Flaubert sometía todas sus fases a la prueba de «la gueulade» (la chillería o vocerío). Salía a leer en voz alta lo que había escrito, en una pequeña alameda de tilos que todavía existe en lo que fue su casita de Croisset: la allée des gueulades (la alameda del vocerío). Allí leía a voz en cuello lo que había escrito y el oído le decía si había acertado o debía seguir buscando los vocablos y frases hasta alcanzar aquella perfección artística que persiguió con tenacidad fanática hasta que la alcanzó. 

Vargas Llosa, M. (1997) Cartas a un joven novelista. Barcelona: Círculo de LectoresMa