Sí,
la ciencia a veces se mete en política. Y así debe ser.
Corría
el año 1969, la Guerra de Vietnam estaba en su punto álgido. Desde
de la Segunda Guerra Mundial, con el lanzamiento de las bombas
atómicas, latía en la sociedad la desconfianza hacia los
científicos. La ciencia tenía mala prensa, con razón o sin ella, y
a mi juicio es obligación moral de los científicos el combatirla.
Ese mismo año, se declaraba un incendio en el río Cuyahoga (Estados
Unidos) relacionado con la contaminación, incendio relacionado con
la mala praxis del estado. Fue entonces cuando un grupo de
estudiantes del Massachusetts Institute of Technology, consternados
por el mal uso que el gobierno estadounidense hacía de la ciencia,
fundaron la Union of Concerned Scientists (sindicato de científicos
preocupados). Que no se diga...
UCS
aúna sus esfuerzos con los de activistas, educadores, empresarios y
otros ciudadanos, y con el paso del tiempo ha conseguido desempeñar
un papel clave para aprobar normas para las emisiones de gases de los
vehículos, promover la utilización de energía limpia, vetar a
candidatos anticiencia para el gobierno de Donald Trump, obligar a
que ExxonMobil incorpore el cambio climático en su plan empresarial
y otros logros.
Me
voy a ocupar aquí de una de las denuncias actuales de UCS: el de la
supresión del derecho al voto en EE.UU.
Cuando
cuento que en los países de habla inglesa −y he vivido un tiempo
suficiente en uno de ellos− no existe el carné de identidad,
normalmente a la gente no le entra en la cabeza. Diré más: no solo
no tienen carné, sino que los ciudadanos de esos países sienten
recelo por la idea ¿Cómo se las apañan? Se las apañan. Para votar
hay que registrarse, el proceso puede tener sus complicaciones y a
veces estas se recrudecen a propósito. Por ejemplo, restringiendo el
horario para registrarse, aumentando con ello la probabilidad de que
no puedan hacerlo quienes estén pluriempleados o sencillamente
trabajen más horas. También se han dado casos en que se exige una
partida de nacimiento, documento que no tendrán disponible algunos
de los más pobres, pues en tiempos se facilitaba solo a quienes
nacían en un hospital y no en casa. Se aplican también normas más
descaradas y directas: no permitir el voto a presidiarios o
expresidiarios en algunos estados. Mención especial merece la
técnica del gerrymandering. Consiste esta en que se divide el
territorio en circunscripciones de forma que se diluya el voto de un
partido concreto. Si en la zona A se prevé que van a ganar unos
indeseables, la zona A se divide en B y C, que formarán dos
circunscripciones con las zonas vecinas B' y C' respectivamente. En
B' y en C' no ganará el partido en cuestión.
UCS
ha descubierto que estas prácticas causan problemas para la salud y
el medio ambiente en los territorios donde se practican. Y de ahí se
deriva su derecho a intervenir.
La
lógica de quienes se oponen a la implantación de un documento
nacional de identidad se inspira en buena medida en distopías tipo
1984; argumentan que es peligroso que un estado conozca todos tus
movimientos debido a tu obligación de aportar en múltiples
ubicaciones un documento con un mismo número de identificación.
Tendrían mucha o poca razón, pero en mi opinión la polémica está
superada por la llegada de los smartphones. Ahora estamos
mucho más controlados que con un carné y a algunas poblaciones les
están colando la burra de culo por otro sitio.
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