domingo, 9 de febrero de 2020

Una epidemia que traía a los médicos de cabeza


En el capítulo 2 de su obra Filosofía de la ciencia natural, Carl Hempel expone los cuatro estadios de una investigación científica ideal. Ideal, digo; más adelante abundaré en ello. Son los siguientes:
1. Observación y registro de todos los hechos;
2. Análisis y clasificación de los hechos;
3. Derivación inductiva de generalizaciones;
4. Contrastación ulterior de las generalizaciones.
Paso a aplicar esta teoría a un caso práctico, expuesto en la misma obra, que Hempel califica, creo que acertadamente, como «una página fascinante de la historia de la medicina». Va el relato:
Viena, mediados del siglo XIX. El médico Ignaz Semmelweis, miembro del equipo de Primera División de Maternidad del Hospital General, descubre que en su lugar de trabajo (la Primera División, D1) fallece un número alarmante de mujeres después de dar a luz, víctimas de lo que se conocía como «fiebre puerperal». La mortalidad es mucho mayor que en la Segunda División (D2) y es obvio que la discrepancia no se debe al azar, pues las cifras se mantienen con el paso de varios años.
Ya tenemos planteado el problema, y es acuciante: ¿a qué se debe la alta mortalidad? Tenemos que formular la hipótesis; responde a la pregunta por qué, y, en principio, parece que nuestro protagonista andaba bastante despistado.
Lo lógico es empezar por el estadio 1, observación y registro de los hechos. Hempel ya nos advierte que solo «una mente de poder y alcance sobrehumanos» puede reunir todos los hechos posibles, de modo que hay que separar el grano de la paja y centrarse solo en los hechos relevantes. Al clasificarlos en relevantes e irrelevantes, ya estamos en el estadio 2. Pero, relevantes ¿para qué? Relevantes para la explicación que queremos dar. ¿Cómo sabemos si son relevantes para esa explicación, si aún no la hemos formulado? Nos vemos atrapados en un bucle y no hay fórmula matemática que nos saque de él.
La única posibilidad es tirar de imaginación y tantear. Así procedió Semmelweis. Formuló una serie hipótesis a raíz de unos hechos observados; hechos, que, como se supo después, pero solo después, eran irrelevantes. Las hipótesis postuladas como causas de la mortalidad eran las siguientes:
1. Los «cambios atmosférico-cósmico-telúricos» (creencia de la época) se extendían por D1 y no por D2. Falsa. Ninguna epidemia era tan selectiva geográficamente (se conocía el caso del cólera). Aquí fue fácil identificar unos hechos relevantes que hicieran descartar la hipótesis.
2. El hacinamiento. Falsa. En D2 había más hacinamiento que en D1. De nuevo, los datos estaban al alcance de la mano y sí eran relevantes ya con la conjetura formulada.
3. La mala praxis de los estudiantes de medicina en D1. Falsa. En este caso, no bastó con mirar una ficha de datos para falsar la hipótesis, sino que Semmelweis hubo de manipular las variables en la vida real, lo hizo reduciendo el número de estudiantes en D1. La mortalidad en D1 no solo no disminuyó, sino que aumentó. Semmelweis puso en práctica con esto el modus tollens, que establece que, si la consecuencia esperada no se produce, entonces la hipótesis es falsa.
4. Explicaciones psicológicas. Falsa. Por cuestiones de la organización del Hospital, un cura que visitaba la D1 hacía sonar una campanilla avisando de su llegada, mientras que no se anunciaba de esta manera en la D2. Se pidió al cura que se abstuviera de utilizar la campanilla (el modus tollens de nuevo). No dio resultado.
5. El modo en que yacían las mujeres. Lo hacían de costado en una división y de espaldas en la otra. Esta hipótesis también se demostró falsa, del modo que ya sabemos.
6. El personal sanitario trataba a las pacientes de D1 frecuentemente después de realizar disecciones en la sala de autopsias, mientras que acudía directamente a la D2 sin pasar por dicha sala. Semmelweis postuló entonces que la causa de la enfermedad era un «envenenamiento de la sangre producido por materia cadavérica». Ordenó al personal que se lavara las manos con una determinada solución después de visitar la morgue y, finalmente, el número de fallecimientos de la D1 se redujo.
Muestra de los difícil del caso es el hecho de que Semmelweis diera en el clavo prácticamente al azar. Solo se le ocurrió la idea después de que uno de sus colegas muriera con síntomas similares a los de la fiebre puérpera tras recibir un corte con un bisturí con el que acababa de diseccionar un cadáver. Con este suceso, a Semmelweis por fin se le vinieron a la cabeza los hechos relevantes; pudo dar el paso y proceder al estadio 3. Había establecido una generalización conectando el hecho de la muerte del médico con los de las muertes de las pacientes.
No acaba aquí la cosa, el método consta de un cuarto estadio. Semmelweis ordenó a su personal que tratara a doce parturientas aquejadas de cáncer cervical con un lavado de manos rutinario, sin desinfectante. Fue este un caso de contrastación ulterior de las generalizaciones: se trataba de asegurarse de que la causa de la fiebre también hacía efecto en pacientes que no eran parturientas. Once de ellas murieron. Ortodoxia metódica y barbaridad en uno.
Para concluir, debo hacer constar que la hipótesis no era verdadera. Hoy sabemos que la explicación de la «materia cadavérica» estaba errada, que la fiebre estaba causada por los microbios, desconocidos en aquella época. La explicación era falsa, pero aun así, robusta; lo suficientemente buena como para que, a partir de que esta se formulara, descendiera la mortalidad. Servía. Hempel advierte que la aceptación de una hipótesis no hace que la investigación sea concluyente, pero sí proporciona un apoyo inductivo. En este caso, fue un apoyo inestimable.

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