En
el capítulo 2 de su obra Filosofía de la ciencia natural,
Carl Hempel expone los cuatro estadios de una investigación
científica ideal. Ideal, digo; más adelante abundaré en ello. Son
los siguientes:
1.
Observación y registro de todos los hechos;
2.
Análisis y clasificación de los hechos;
3.
Derivación inductiva de generalizaciones;
4.
Contrastación ulterior de las generalizaciones.
Paso
a aplicar esta teoría a un caso práctico, expuesto en la misma
obra, que Hempel califica, creo que acertadamente, como «una página
fascinante de la historia de la medicina». Va el relato:
Viena,
mediados del siglo XIX. El médico Ignaz Semmelweis, miembro del
equipo de Primera División de Maternidad del Hospital General,
descubre que en su lugar de trabajo (la Primera División, D1)
fallece un número alarmante de mujeres después de dar a luz,
víctimas de lo que se conocía como «fiebre puerperal». La
mortalidad es mucho mayor que en la Segunda División (D2) y es obvio
que la discrepancia no se debe al azar, pues las cifras se mantienen
con el paso de varios años.
Ya
tenemos planteado el problema, y es acuciante: ¿a qué se debe la
alta mortalidad? Tenemos que formular la hipótesis; responde a la
pregunta por qué, y, en principio, parece que nuestro
protagonista andaba bastante despistado.
Lo
lógico es empezar por el estadio 1, observación y registro de los
hechos. Hempel ya nos advierte que solo «una mente de poder y
alcance sobrehumanos» puede reunir todos los hechos posibles, de
modo que hay que separar el grano de la paja y centrarse solo en los
hechos relevantes. Al clasificarlos en relevantes e
irrelevantes, ya estamos en el estadio 2. Pero, relevantes ¿para
qué? Relevantes para la explicación que queremos dar. ¿Cómo
sabemos si son relevantes para esa explicación, si aún no la hemos
formulado? Nos vemos atrapados en un bucle y no hay fórmula
matemática que nos saque de él.
La
única posibilidad es tirar de imaginación y tantear. Así procedió
Semmelweis. Formuló una serie hipótesis a raíz de unos hechos
observados; hechos, que, como se supo después, pero solo después,
eran irrelevantes. Las hipótesis postuladas como causas de la
mortalidad eran las siguientes:
1.
Los «cambios atmosférico-cósmico-telúricos» (creencia de la
época) se extendían por D1 y no por D2. Falsa. Ninguna epidemia era
tan selectiva geográficamente (se conocía el caso del cólera).
Aquí fue fácil identificar unos hechos relevantes que hicieran
descartar la hipótesis.
2.
El hacinamiento. Falsa. En D2 había más hacinamiento que en D1. De
nuevo, los datos estaban al alcance de la mano y sí eran relevantes
ya con la conjetura formulada.
3.
La mala praxis de los estudiantes de medicina en D1. Falsa. En este
caso, no bastó con mirar una ficha de datos para falsar la
hipótesis, sino que Semmelweis hubo de manipular las variables en la
vida real, lo hizo reduciendo el número de estudiantes en D1. La
mortalidad en D1 no solo no disminuyó, sino que aumentó. Semmelweis
puso en práctica con esto el modus tollens, que establece
que, si la consecuencia esperada no se produce, entonces la hipótesis
es falsa.
4.
Explicaciones psicológicas. Falsa. Por cuestiones de la organización
del Hospital, un cura que visitaba la D1 hacía sonar una campanilla
avisando de su llegada, mientras que no se anunciaba de esta manera
en la D2. Se pidió al cura que se abstuviera de utilizar la
campanilla (el modus tollens de nuevo). No dio resultado.
5.
El modo en que yacían las mujeres. Lo hacían de costado en una
división y de espaldas en la otra. Esta hipótesis también se
demostró falsa, del modo que ya sabemos.
6.
El personal sanitario trataba a las pacientes de D1 frecuentemente
después de realizar disecciones en la sala de autopsias, mientras
que acudía directamente a la D2 sin pasar por dicha sala. Semmelweis
postuló entonces que la causa de la enfermedad era un
«envenenamiento de la sangre producido por materia cadavérica».
Ordenó al personal que se lavara las manos con una determinada
solución después de visitar la morgue y, finalmente, el número de
fallecimientos de la D1 se redujo.
Muestra
de los difícil del caso es el hecho de que Semmelweis diera en el
clavo prácticamente al azar. Solo se le ocurrió la idea después de
que uno de sus colegas muriera con síntomas similares a los de la
fiebre puérpera tras recibir un corte con un bisturí con el que
acababa de diseccionar un cadáver. Con este suceso, a Semmelweis por
fin se le vinieron a la cabeza los hechos relevantes; pudo dar el
paso y proceder al estadio 3. Había establecido una generalización
conectando el hecho de la muerte del médico con los de las muertes
de las pacientes.
No
acaba aquí la cosa, el método consta de un cuarto estadio.
Semmelweis ordenó a su personal que tratara a doce parturientas
aquejadas de cáncer cervical con un lavado de manos rutinario, sin
desinfectante. Fue este un caso de contrastación ulterior de las
generalizaciones: se trataba de asegurarse de que la causa de la
fiebre también hacía efecto en pacientes que no eran parturientas.
Once de ellas murieron. Ortodoxia metódica y barbaridad en uno.
Para
concluir, debo hacer constar que la hipótesis no era verdadera. Hoy
sabemos que la explicación de la «materia cadavérica» estaba
errada, que la fiebre estaba causada por los microbios, desconocidos
en aquella época. La explicación era falsa, pero aun así, robusta;
lo suficientemente buena como para que, a partir de que esta se
formulara, descendiera la mortalidad. Servía. Hempel advierte que la
aceptación de una hipótesis no hace que la investigación sea
concluyente, pero sí proporciona un apoyo inductivo. En este caso,
fue un apoyo inestimable.
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