domingo, 9 de febrero de 2020

Un aspeco oscuro del alma humana


Corría el año 1961. Se celebraban los Juicios de Núremberg y generalmente los nazis acusados de genocidio esgrimían en su defensa el argumento de la obediencia a la autoridad. Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, se propuso investigar si los alemanes eran particularmente dados a obedecer a la autoridad.
El método científico del modus tollens impone la siguiente inferencia para reforzar una teoría: Si la hipótesis H es verdadera, también lo es otra hipótesis que se desprende de ella, la hipótesis I. De demostrarse que I es falsa, también H es falsa.
De esta forma, dada la hipótesis «los alemanes son especialmente proclives a la obediencia», cabría deducir que «las personas de otras nacionalidades son menos proclives a la obediencia», y sería cuestión de estudiar esta segunda. La conducta de los sujetos experimentales que colaboraron en el experimento sería la hipótesis contrastadora de la hipótesis H.
Milgram diseñó el siguiente experimento, que llevaría a cabo en Estados Unidos: Pidió a un grupo de voluntarios (teachers en inglés, los llamaré «instructores») que enseñaran una serie de tareas de memorización sencillas a otros grupo, el de los «estudiantes». Los instructores creían que los estudiantes eran los sujetos del estudio, cuando la situación era en realidad la contraria: los estudiantes eran meros actores y lo que se estudiaba era la conducta de los instructores. Cuando un estudiante cometía un error, el instructor tenía la consigna de proporcionarle una descarga eléctrica. Las descargas eran progresivamente mayores, supuestamente, hasta niveles que el instructor creía muy dolorosos. Era todo teatro. El instructor estaba a las órdenes de una supuesta figura de autoridad, otro actor. El estudio pretendía evaluar hasta qué punto los instructores estaban dispuestos a cometer atrocidades si la figura de autoridad así lo exigía. Resultado: la totalidad de los instructores llegaron a infligir descargas muy dolorosas; dos tercios de ellos llegaron a provocar la descarga máxima.
La conclusión era que también la mayoría de los estadounidenses cometían actos de crueldad si así se lo exigía una figura de autoridad. Cabría pensar que la hipótesis I había sido falsada y que, por lo tanto, también lo había sido la hipótesis H.
No tan de prisa. Todavía cabe la posibilidad de que los alemanes, junto con los estadounidenses, sean particularmente proclives a la obediencia, que estos dos pueblos sean excepciones con respecto a la mayoría. (Dicho sea entre paréntesis, de haber sido el resultado del experimento el contrario del que fue, tampoco se podría hablar de una prueba concluyente: también podría ser que los estadounidenses fueran particularmente proclives a la desobediencia y que los alemanes fueran tan proclives a la obediencia como la mayoría de la humanidad).
Apenas estamos ante el primer estadio de la investigación científica ideal: recopilando datos. Tenemos el dato de la obediencia en Estados Unidos. Es apenas un indicio de que los alemanes son tan proclives a la obediencia como los ciudadanos de cualquier otro país. Se debería repetir el experimento, y de hecho se repitió, en numerosos países, para seguir observando. Los resultados eran similares. Con cada experimento nuevo, la hipótesis contraria a la inicial se iba reforzando, que todos los pueblos son igual de proclives a la obediencia. Pero nunca llega a confirmarse del todo; de hecho, una objeción válida que todavía se esgrime es que el experimento solo se ha llevado a cabo en países industrializados, con una excepción. Podría ser que las personas de países industrializados sean particularmente proclives a la obediencia.




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