Corría
el año 1961. Se celebraban los Juicios de Núremberg y generalmente
los nazis acusados de genocidio esgrimían en su defensa el argumento
de la obediencia a la autoridad. Stanley Milgram, psicólogo de la
Universidad de Yale, se propuso investigar si los alemanes eran
particularmente dados a obedecer a la autoridad.
El
método científico del modus tollens impone la siguiente
inferencia para reforzar una teoría: Si la hipótesis H es
verdadera, también lo es otra hipótesis que se desprende de ella,
la hipótesis I. De demostrarse que I es falsa, también H es falsa.
De
esta forma, dada la hipótesis «los alemanes son especialmente
proclives a la obediencia», cabría deducir que «las personas de
otras nacionalidades son menos proclives a la obediencia», y sería
cuestión de estudiar esta segunda. La conducta de los sujetos
experimentales que colaboraron en el experimento sería la hipótesis
contrastadora de la hipótesis H.
Milgram
diseñó el siguiente experimento, que llevaría a cabo en Estados
Unidos: Pidió a un grupo de voluntarios (teachers en inglés,
los llamaré «instructores») que enseñaran una serie de tareas de
memorización sencillas a otros grupo, el de los «estudiantes». Los
instructores creían que los estudiantes eran los sujetos del
estudio, cuando la situación era en realidad la contraria: los
estudiantes eran meros actores y lo que se estudiaba era la conducta
de los instructores. Cuando un estudiante cometía un error, el
instructor tenía la consigna de proporcionarle una descarga
eléctrica. Las descargas eran progresivamente mayores,
supuestamente, hasta niveles que el instructor creía muy dolorosos.
Era todo teatro. El instructor estaba a las órdenes de una supuesta
figura de autoridad, otro actor. El estudio pretendía evaluar hasta
qué punto los instructores estaban dispuestos a cometer atrocidades
si la figura de autoridad así lo exigía. Resultado: la totalidad de
los instructores llegaron a infligir descargas muy dolorosas; dos
tercios de ellos llegaron a provocar la descarga máxima.
La
conclusión era que también la mayoría de los estadounidenses
cometían actos de crueldad si así se lo exigía una figura de
autoridad. Cabría pensar que la hipótesis I había sido falsada y
que, por lo tanto, también lo había sido la hipótesis H.
No
tan de prisa. Todavía cabe la posibilidad de que los alemanes, junto
con los estadounidenses, sean particularmente proclives a la
obediencia, que estos dos pueblos sean excepciones con respecto a la
mayoría. (Dicho sea entre paréntesis, de haber sido el resultado
del experimento el contrario del que fue, tampoco se podría hablar
de una prueba concluyente: también podría ser que los
estadounidenses fueran particularmente proclives a la desobediencia y
que los alemanes fueran tan proclives a la obediencia como la mayoría
de la humanidad).
Apenas
estamos ante el primer estadio de la investigación científica
ideal: recopilando datos. Tenemos el dato de la obediencia en Estados
Unidos. Es apenas un indicio de que los alemanes son tan proclives a
la obediencia como los ciudadanos de cualquier otro país. Se debería
repetir el experimento, y de hecho se repitió, en numerosos países,
para seguir observando. Los resultados eran similares. Con cada
experimento nuevo, la hipótesis contraria a la inicial se iba
reforzando, que todos los pueblos son igual de proclives a la
obediencia. Pero nunca llega a confirmarse del todo; de hecho, una
objeción válida que todavía se esgrime es que el experimento solo
se ha llevado a cabo en países industrializados, con una excepción.
Podría ser que las personas de países industrializados sean
particularmente proclives a la obediencia.
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