viernes, 14 de febrero de 2020

No ver ni oír a derechas


Pueblo poco conocido de Jaén. Mediados del siglo XX. Una cierta señora celebraba jornadas de puertas abiertas de espiritismo a las que se presentaban curiosos para hablar con los muertos. Nada más empezar, la médium entraba en un breve trance y retransmitía el primer meme que se publicaba desde el más allá: «Que se salga Fulanito, que no cree». No me han llegado noticias de qué pasaba después.

Cambiamos de tercio. Dos rebaños de ovejas se aproximan el uno al otro. Don Quijote de la Mancha explica con pelos y señales quiénes son los caballeros de cada uno de los ejércitos que se van a batir a muerte, las razones de la disputa y cómo van ataviados y aparejados. Sancho lo emplaza a que mire bien, que son ovejas. Don Quijote sigue viendo guerreros. Sancho lo insta a que recabe más datos por otro canal, a que escuche los balidos que emiten las criaturas. «El miedo que tienes te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas», es la defensa del Caballero de la Triste Figura ante las comprobaciones que refutan su teoría.

Saltamos nuevamente en el tiempo. 1993. Baza (Granada). Un curandero convoca asus seguidores para que miren fijamente al sol para ver una aparición de la Virgen. Los creyentes resultan lesionados, algunos de ellos con ceguera irreversible. Recuerdo las declaraciones que hizo el iluminado en su día: «La Virgen apareció, lo que pasa es que algunos iban sin fe y los castigó». Muerte venga que achaque no tenga.

Seguimos observando astros. Año 1919. Una expedición de astrónomos liderados por Arthur Eddington viaja a la Isla de Príncipe, uno de los lugares idóneos para observar un eclipse que había previsto. Van espoleados por una predicción formulada por Albert Einstein; si su teoría de la relatividad −que a la sazón era más difícil de concebir y se percibía como más contraintuitiva que hora− era cierta, la luz de las estrellas próximas al sol se observaría de un cierto modo, y no como debería verse teniendo en cuenta solo la física clásica. Fue un brete para la teoría, un trance de los de swim or sink. Y nadó.

El filósofo Karl Popper quedó impresionado por la robustez del planteamiento. Era una teoría falsable y su postulante había establecido, cuatro años atrás, qué hecho tendría que darse para que quedara refutada. No se dio el hecho, luego la teoría se fortaleció. A Einstein no le bastó con realizar observaciones que confirmaran sus postulados, que las hizo (anomalías en la órbita de Mercurio), sino que trajo a colación el principio de falsabilidad, el cual constituye, a juicio de Popper, un punto fuerte de una teoría, no un punto débil.

Contrariamente a la teoría de Einstein, los ejercicios de cháchara con los muertos, la interpretación de la razón por la que dos rebaños se abocaban a un choque inminente y la supuesta aparición de la Virgen no son teorías falsables. Como mucho, se limitan a recabar observaciones que confirmen sus postulados: la médium y el milagrero seguramente se tuteaban con muchas entidades de ahí arriba y tenían en su haber dilatadas horas de coloquios. Don Quijote estaba muy versado en las cosas de la caballería andante, no solo por sus horas de lectura sobre la materia, sino porque también había corrido aventuras. Sin embargo, el mero acopio de observaciones, según se desprende de la filosofía de Popper, no es requisito suficiente para aceptar una teoría. Estas visiones del mundo, o bien de entrada no admiten críticas, no se lanzan al agua, (ejemplo de ello es la expulsión de la sesión de espiritismo del previsible trol) o bien utilizan sus propios preceptos para desestimarlas.

Por este motivo, Popper cargó contra tres corrientes de pensamiento muy en boga en su época: la interpretación histórica del marxismo, el psicoanálisis y la psicología del individuo. Sin duda, Marx había recopilado muchos datos, y Freud y Adler habían entrevistado a muchos pacientes, pero sus teorías no superaron la prueba de fuego como lo hizo la de Einstein. Cuando se vio que el proletariado no era cada vez más pobre, como se pronosticaba, el marxismo reinterpretó los elementos de juicio. Se salvó la teoría, pero ya no era una teoría científica.
Por abundar en lo expuesto en el párrafo anterior, citaré la breve obra Siete teorías de la naturaleza humana de Leslie Stevenson, quien habla de «sistemas cerrados» y califica como tales al marxismo, al cristianismo y al psicoanálisis. Un sistema cerrado se caracteriza por «1) no permitir que evidencia concebible alguna cuente en contra de la teoría, y 2) deshacerse de la crítica analizando las motivaciones del crítico en términos de la misma teoría» [1]. Así, quien no es marxista estaría sobornado por el capitalismo, el no creyente estaría enfadado con Dios y quien no crea en el psicoanálisis estaría en fase de negación (min. 15:45 aprox. del vídeo).

Para terminar, una digresión sobre el psicoanálisis. Según Sven Ove Hansson, una pseudociencia se caracteriza porque a) su área temática se encuentra dentro de los dominios de la ciencia; b) es tan poco fiable que no se puede confiar nada en ella; c) sus principales defensores la presentan como la información más fiable que hay disponible. No conozco la doctrina del psicoanálisis a fondo, pero veo muy probable que se trate de una pseudociencia de acuerdo con esa definición. Su área temática es la psicología. No me parece nada fiable, en el sentido de que algunas de sus reivindicaciones son totalmente contrarias a los principios de otras ciencias bien asentadas: el hecho de que los recuerdos dolorosos se repriman me parece que entra de lleno en conflicto con la teoría de la evolución; en realidad, deberían recordarse más para que así el afectado huya de los peligros y tener más probabilidades de supervivencia. En cuanto al tercer criterio, no sé si los psicoanalistas proclaman que su información es la más fiable, así que voy a especular: veo probable que así sea por la razón de que el psicoanalista ha de someterse él mismo durante muchos años a la supuesta terapia −según afirma Stevenson−, cosa que con seguridad conllevará un gasto monetario importante. Imagino que, cuando empiecen a obrar el síndrome del estafado y la tenacidad del inversor, muchos de los pertenecientes al círculo defenderán los principios de esta práctica como el súmum de la ciencia. Y el que diga que no, es que ni ve ni oye a derechas.

[1] Stevenson, L. (1987). La crítica de teorías. Ediciones Cátedra. Siete teorías de la naturaleza humana. Siete teorías de la naturaleza humana. p. 28

No hay comentarios:

Publicar un comentario