Ejercicio para el curso de Experto en Comunicación de la Ciencia de la Universidad Pública de Navarra
No
voy a ser nada equidistante. Si la ciencia y la tecnología no
existieran, habría que inventarlas.
La
humanidad ya está inventando la ciencia desde que empezó a observar
las posiciones y trayectorias de los astros, la sucesión de las
estaciones y los fenómenos meteorológicos, y a extraer
conclusiones. Ya entonces la estábamos inventando y, al igual que
era difícil −imposible− ponerle coto en los albores de la
historia, lo ha sido en todas las épocas y lo es ahora. La ciencia y
la tecnología vinieron a quedarse para rato en la noche de los
tiempos, con sus ventajas e inconvenientes, y todavía las tendremos
para otro rato, con sus promesas y amenazas.
Si
se me pide mi apreciación personal, diré que no tengo elogios
suficientes. La ciencia y la tecnología nos han permitido montarnos
en pájaros de metal que, alimentados con la combustión de los
cadáveres de una fauna gigante antediluviana que ya se había
licuado con el paso de los eones en una olla a presión natural, nos
transportan en menos de una jornada a un emplazamiento donde hay otro
clima, es otra hora del día y el sol se aprecia a una altura
diferente. Eso, por solo citar un ejemplo. También podría hablar de
los teléfonos inteligentes y la impresión en 3D, si me pongo a
mencionar solo logros desarrollados o culminados en la presente
década.
Supongo
que ahora toca un párrafo de contrapunto: que si las bombas atómicas
y las que no son atómicas, que si los afectados por la talidomida,
que si los accidentes de tráfico... Pero, se pongan como se pongan,
a mí me cuadran las cuentas. Restando a los siete mil millones de
habitantes del planeta a las víctimas de las bombas atómicas, de la
talidomida y de los accidentes de tráfico, hay muchas más personas
que viven más y mejor, gracias a la ciencia, que en la Antigüedad o
en la Prehistoria, épocas en las que la esperanza de vida era de una
cifra que hoy causa espanto y en las que los pocos años que se vivía
tampoco transcurrían en una Arcadia feliz.
Tampoco
me sirven las objeciones de que los científicos se contradicen cada
dos por tres. La capacidad de autocorrección es precisamente un
punto a favor de la ciencia; más creíble es quien admite un error
que quien se empecina. Por otra parte, esas equivocaciones no suelen
ser errores de bulto o en realidad son atribuibles a los medios de
comunicación y no a la ciencia en sí.
Sí
que diré que a veces la ciencia me impacienta. Por la forma en que
se transmiten las noticias en los medios, da la impresión, cada vez
que se nos bendice con un adelanto y se habla de sus posibles
aplicaciones, de que con esperar que transcurra un intervalo de
tiempo mágico, vamos a tener en las manos el prodigio de turno (¿se
suele decir «de aquí a cinco años» o tengo yo la cifra
escarabajeándome en la mente por otros motivos?). Pues no suele ser
así. Si queremos ver los órganos generados con células madre,
podemos esperar sentados. Tampoco se habla ahora mucho de la
prometida lucha contra el cáncer por medio de nanobots. Y, en el
ínterin, se nos va «martirizando» con promesas nuevas.
Por
si todo lo que argumentado pareciera poco, me haré eco de un meme
que circulaba recientemente por Facebook en formato de cómic. Se
preguntaba a un promotor de las ciencias y a un científico por qué
se debería invertir en ciencia. El primero peroraba sobre las
diversas aplicaciones prácticas, el segundo se limitaba a decir
«Because it's awesome». En román paladino, porque
mola mazo.
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