martes, 26 de noviembre de 2019

Mi disposición inicial acerca de la ciencia

Ejercicio para el curso de Experto en Comunicación de la Ciencia de la Universidad Pública de Navarra


No voy a ser nada equidistante. Si la ciencia y la tecnología no existieran, habría que inventarlas.

La humanidad ya está inventando la ciencia desde que empezó a observar las posiciones y trayectorias de los astros, la sucesión de las estaciones y los fenómenos meteorológicos, y a extraer conclusiones. Ya entonces la estábamos inventando y, al igual que era difícil −imposible− ponerle coto en los albores de la historia, lo ha sido en todas las épocas y lo es ahora. La ciencia y la tecnología vinieron a quedarse para rato en la noche de los tiempos, con sus ventajas e inconvenientes, y todavía las tendremos para otro rato, con sus promesas y amenazas.

Si se me pide mi apreciación personal, diré que no tengo elogios suficientes. La ciencia y la tecnología nos han permitido montarnos en pájaros de metal que, alimentados con la combustión de los cadáveres de una fauna gigante antediluviana que ya se había licuado con el paso de los eones en una olla a presión natural, nos transportan en menos de una jornada a un emplazamiento donde hay otro clima, es otra hora del día y el sol se aprecia a una altura diferente. Eso, por solo citar un ejemplo. También podría hablar de los teléfonos inteligentes y la impresión en 3D, si me pongo a mencionar solo logros desarrollados o culminados en la presente década.

Supongo que ahora toca un párrafo de contrapunto: que si las bombas atómicas y las que no son atómicas, que si los afectados por la talidomida, que si los accidentes de tráfico... Pero, se pongan como se pongan, a mí me cuadran las cuentas. Restando a los siete mil millones de habitantes del planeta a las víctimas de las bombas atómicas, de la talidomida y de los accidentes de tráfico, hay muchas más personas que viven más y mejor, gracias a la ciencia, que en la Antigüedad o en la Prehistoria, épocas en las que la esperanza de vida era de una cifra que hoy causa espanto y en las que los pocos años que se vivía tampoco transcurrían en una Arcadia feliz.

Tampoco me sirven las objeciones de que los científicos se contradicen cada dos por tres. La capacidad de autocorrección es precisamente un punto a favor de la ciencia; más creíble es quien admite un error que quien se empecina. Por otra parte, esas equivocaciones no suelen ser errores de bulto o en realidad son atribuibles a los medios de comunicación y no a la ciencia en sí.

Sí que diré que a veces la ciencia me impacienta. Por la forma en que se transmiten las noticias en los medios, da la impresión, cada vez que se nos bendice con un adelanto y se habla de sus posibles aplicaciones, de que con esperar que transcurra un intervalo de tiempo mágico, vamos a tener en las manos el prodigio de turno (¿se suele decir «de aquí a cinco años» o tengo yo la cifra escarabajeándome en la mente por otros motivos?). Pues no suele ser así. Si queremos ver los órganos generados con células madre, podemos esperar sentados. Tampoco se habla ahora mucho de la prometida lucha contra el cáncer por medio de nanobots. Y, en el ínterin, se nos va «martirizando» con promesas nuevas.

Por si todo lo que argumentado pareciera poco, me haré eco de un meme que circulaba recientemente por Facebook en formato de cómic. Se preguntaba a un promotor de las ciencias y a un científico por qué se debería invertir en ciencia. El primero peroraba sobre las diversas aplicaciones prácticas, el segundo se limitaba a decir «Because it's awesome». En román paladino, porque mola mazo.

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